Mucho se ha hablado sobre el indudable fracaso electoral de Unidos Podemos (sobre todo partiendo de las expectativas generadas) en las elecciones del 26J.
Aquí pretendo hacer una reflexión propia centrada en el discurso, sin incluir en ello a IU, pues su discurso es diferente. Aquello que, bajo mi punto de vista, es correcto de la lectura que Podemos hacen de la sociedad que tenemos y por tanto del camino a seguir para llevar a cabo cambios necesarios, y también sobre aquello que no comparto.
La lectura positiva
Lo que si comparto, lo que creo que es parte fundamental del éxito de Podemos, es la lectura de eso que llaman hegemonía basado en la teoría política del referente ideológico principal del partido, Antonio Gramsci.
He tenido la oportunidad de leer la Antología de Gramsci, y, sinceramente, no me enteré de mucho. Sin embargo, a través de lecturas posteriores e interpretaciones de la obra gramsciana, creo que pude entender (o al menos darle mi propia interpretación) algún concepto central de la teoría del político italiano.
Mi lectura de una de las bases de dicha teoría, de manera simple y seguramente incompleta por supuesto, es que el concepto de hegemonía se refiere al sentido común de la sociedad y donde se sitúa este.
Donde se sitúan conceptos como equilibrio, estabilidad o libertad, y que corriente política e ideológica es hegemónica en el pensamiento y el discurso de una mayor parte de la población. En este sentido, el neoliberalismo tiene indudablemente ganado el sentido común de la sociedad. Y su mayor triunfo es que nadie se siente identificado con el neoliberalismo, de hecho, muchos no saben ni lo que es.
Fueron abundantes las reacciones de mucha gente en las redes sociales tachando de estúpido al electorado que decidió dar su voto al PP, que fueron, por cierto, la mayoría.
Lejos de conclusiones reduccionistas de este tipo, el voto al PP tiene que ver con factores generacionales, sociales, ideológicos, de clase o de los aparatos mediáticos. Pero el hecho primordial por el cual una mayoría de españoles decidió entregar su voto a un partido absolutamente podrido (siendo conscientes de su podredumbre), no se debe a la estupidez de la población, si no más bien tiene su explicación en el lugar donde se sitúa el sentido común de esa población hoy en día.
La lógica del voto actualmente está, a mi modo de ver, del lado del miedo, del lado del mercado, del lado de una prostituida estabilidad. No sólo en España, sino en otros muchos lugares.
Esto es consecuencia a su vez del desplazamiento del tablero político internacional hacia la derecha en las últimas décadas tras la revolución conservadora y la caída del muro de Berlín. Esta dinámica ha arrastrado con ella el sentido común de la mayoría social.
Hasta la llegada de Podemos, la izquierda tradicional en nuestro país, la que si luchó contra la dictadura (no considerando al PSOE como parte de ella), han actuado en muchas ocasiones basando su discurso en un imaginario “segmento del sentido común colectivo” perteneciente a épocas anteriores. En este supuesto segmento tras la SGM, en un extremo estaría el capitalismo de mercado, en el otro el comunismo y otras alternativas fuera del capitalismo. En el centro estaba la socialdemocracia capitalista de posguerra. Sin embargo, la derrota total del comunismo dejó vía libre al capitalismo de mercado, que sólo se había frenado un poco como contraposición a éste.
De esta época de capitalismo con freno de mano, que en ningún caso fue producto real de la idiosincrasia capitalista, si no obligado por la existencia de un antagonista, nació lo que hoy conocemos como Estado de Bienestar de la mano de la llamada socialdemocracia. Una vez cayó el muro, el capitalismo se quitó las cadenas, y la desaparición del principal rival cambió completamente el segmento donde se dirime el sentido común.
Digamos que se acortó por la izquierda enormemente dejando la socialdemocracia (la de los años de posguerra, no la actual) en el lugar que ocupó el comunismo, mientras que por la derecha el capitalismo de mercado se desplazó hacia el centro, dejando en su antiguo lugar a la extrema derecha populista que desapareció del segmento tras la SGM, y que hoy vuelve a tomar fuerza en muchos lugares, como consecuencia, irónicamente, del aumento de la desigualdad al que da lugar el nuevo segmento.
Por tanto, el 100% del segmento lo ocupa el capitalismo (ya no hay alternativa, dijo Tatcher), y el centro lo coparían a partes iguales la socialdemocracia moderna y los conservadores, ambos de ideología neoliberal, y cada vez más indistinguibles políticamente.
A esta coyuntura internacional, se une la propia historia del país. Una democracia muy joven, que pasó por una dictadura de más de cuarenta años, y las consiguiente secuelas que ha dejado en la herencia política y la lógica mayoritaria de aquellas generaciones que vivieron el franquismo y la posguerra. El contraste entre unas generaciones que vieron como mejoraron sus condiciones de vida (teniendo en cuenta de donde se partía), y otras más jóvenes que ven como dichas condiciones no hacen más que empeorar.
La Transición supuso un gran esfuerzo que no debe de ser ninguneado. Sin embargo, es obvio que las concesiones realizadas por la izquierda fueron mucho mayores precisamente por su posición de derrotados, y que se mantuvieron muchos privilegios, amiguismos, corruptelas y estructuras heredadas de la dictadura. Esas estructuras aún siguen vigentes, no solo en la política institucional o la economía, si no en la lógica de una gran parte de la población.
Mi opinión es que Podemos ha hecho una buena lectura de todo esto y, aprovechando el hueco dejado por la crisis y el impulso del 15-M, se metió de lleno en la lucha por el sentido común con inteligencia para utilizar un lugar fundamental en la batalla por la hegemonía como son los medios de comunicación de masas, en especial la televisión, y con televisión no me refiero a entrevistas o telediarios , más bien me refiero a los Sálvames políticos de La Sexta Noche o a circos como El Hormiguero, que es lo que la gente ve principalmente (nos guste o no).
Podemos, por decirlo de alguna manera, viniendo desde la izquierda de siempre, ha asumido la realidad de nuestro país y el contexto político internacional en base a los cambios de las últimas décadas y, sin derrotismos, ha salido de la “zona de confort” de esa izquierda para ir a pegarse en los platós con gente de la calaña de Inda o Marhuenda, y ha aparcado (no se si abandonado) símbolos identitarios que, aunque imprescindibles, una mayoría no entiende ni comparte, en aras de la transformación social. Para mi, eso supone valentía, porque te expones a encajar hostias a izquierda y derecha. De hecho, así ha sido.
Ha sabido ver el momento y el lugar, y respetar su país, que es producto de su historia y sus derrotas propias (también de las ajenas), en lugar de seguir centrándose en lo que pudo ser y no fue. Sobre los antiguos principios deben construirse un nuevo sentido común, pero se debe edificar asumiendo que el marco en el que se encuadraron esos principios ya no existe, que el sentido común de nuestra mayoría patria no comprende o no se siente identificada con el relato, o mejor, que el cambio social y político modificó el relato a ojos de la sociedad.
¿Hemos dado pasos atrás en el “sentido común”? ¿Había más opciones, más conciencia social colectiva, más alternativas en épocas pasadas? ¿El individualismo ha llenado ya todos los espacios posibles?. Tal vez sea así, tal vez no.
¿Quiere decir que lo máximo a lo que puede aspirar la izquierda es a la socialdemocracia? ¿o que todos los objetivos o principios anteriores dejan de tener validez y legitimidad?. No, no lo creo.
Pero el escenario ha cambiado, y hay que asumirlo. Podemos lo asumió, de hecho tal vez lo asumió en exceso. Pero eso lo veremos en el siguiente artículo, donde expondré lo que, en mi opinión, es erróneo en la lectura del partido morado y su discurso.